sábado, 30 de abril de 2011

Los nuevos desafíos en la promoción de los derechos humanos

   Derechos humanos y la
   "nueva izquierda" en Brasil

 

 

El concepto de derechos humanos genera suspicacia en la izquierda
y la derecha.
Históricamente la izquierda ha mirado con escepticismo a los
derechos humanos. De hecho Marx fue uno de sus principales críticos.
La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789)
mantenía la lucha de clases y el capitalismo, por lo que la izquierda siempre
desconfió de la lógica de los derechos humanos así como de su internacionalización
en el siglo XX.
Recién en la segunda mitad del siglo XX la izquierda comienza a incorporar
un discurso de derechos humanos de una manera instrumental,
esto es, como oposición a los regímenes totalitarios de izquierda y de
derecha. Este fenómeno ocurrió en América Latina y en el mundo. En
particular, en el caso latinoamericano, la relación de la izquierda con los
derechos humanos se dio de un modo directo cuando sus militantes se
convirtieron en las principales víctimas de los abusos y violaciones de los
regímenes militares en el Cono Sur.
En mi opinión, la relación de la izquierda con los derechos humanos
se ha intensificado en los últimos años como resultado de su llegada
al poder en varios países de nuestra región. Cuando esto sucede, los
márgenes de la acción política se hacen más estrechos: los gobernantes
rápidamente perciben que las grandes utopías de la izquierda no se
pueden implementar. Si antes la idea compartida era que "otro mundo
era posible" y que había que cambiarlo, ahora la idea dominante es que
"la política se ha agotado" y entonces "los derechos humanos" vienen
a sustituir esos ideales.
Un ejemplo de esto puede verse en el Foro Social Mundial, que es un
pequeño termómetro de la izquierda contemporánea. En sus primeras
ediciones apenas un 3% de las exposiciones trataron la cuestión de los
derechos humanos mientras que en el último año más del 50% de las
presentaciones lo hicieron. De repente todos estamos hablando de alguna
fracción de los derechos humanos: de las mujeres, de las minorías,
de las personas con discapacidad, de los indígenas, etc. De este modo,
la izquierda entra al siglo XXI con los derechos humanos como parte
fundamental de su ideario. No así la derecha, que nunca se sintió cómoda
con los derechos humanos.


Los derechos en la historia de Brasil

En el caso de Brasil, fueron los abolicionistas y los liberales quienes más
se preocuparon por los derechos humanos en los últimos 150 años de
historia. Los abolicionistas tuvieron un papel fundacional ya que lucharon
contra la esclavitud desde una perspectiva universal. La lucha de los
liberales se concentró en defender a personas blancas y educadas cuyos
derechos eran violados primero por el régimen de Getúlio Vargas y después
por el régimen militar. Tal vez la única excepción, fue cuando una
parte de la elite blanca simbolizada por Joaquim Tabuco participó en la
lucha por la abolición de la esclavitud.
La izquierda sindicalista adoptó una visión de los derechos humanos
instrumental, que le permitió lograr la evolución de los derechos del
trabajador pero no de otros derechos sociales (como la salud, la educación,
etc.). La izquierda pragmática tuvo un papel importante en la
Constitución de 1934 y en la elaboración de la legislación laboral brasilera,
a diferencia de la izquierda comunista que había sido proscripta por
Vargas.
Paradójicamente quien tuvo el papel más importante en la lucha por
los derechos humanos en Brasil fue la Iglesia Católica. A partir de 1970 se
expresó en dos corrientes: la primera, encabezada por el cardenal Paulo
Evaristo Arns, en San Pablo, tuvo un papel importantísimo en la lucha
por los derechos civiles y contra la tortura. La segunda corriente fue la
Teología de la Liberación, que impregnó la base de la Iglesia Católica
brasileña y que dio lugar a una nueva izquierda católica radical que lucha
organizada en torno del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra (MST)
y otras agrupaciones populares que se movilizan por el derecho a la vivienda
en las ciudades.


Una Constitución orientada hacia lo social
en contraste con el mundo real

La agenda actual de derechos humanos en Brasil tiene como trasfondo
la Constitución de 1988, que ha implicado un enorme progreso en el
área de los derechos humanos ya que ha abierto una nueva agenda para
la sociedad civil, vuelve a pensar al Estado y busca reorganizar instituciones
como el ministerio público y las defensorías públicas. De esta
manera, la Constitución institucionaliza y crea nuevas identidades.
Jefferson decía que la Constitución Americana es muy buena porque es
una Constitución "every one second try". La brasileña es tan problemática
porque es una "every one first try".
Sin embargo esta Constitución --que tiene aspiraciones importantes,
generosas-- no ha podido concebir mecanismos fuertes para su implementación:
el ámbito judicial, la policía y otros órganos no sufrieron
los cambios necesarios. Entonces hay un problema de eficacia de las
instituciones que se ve amplificado en el contexto de las condiciones
sociales brasileñas. Los índices de alfabetización son un ejemplo de esta
precariedad. La calidad de la educación en Brasil es peor que en el resto
de los países de América Latina, aún cuando tenemos la economía más
grande de la región. Esta desigualdad, que no solamente es estructural
sino también duradera, ha creado un patrón de relaciones entre las
personas, y entre estas y los Estados, que podría definirse como de
"personas invisibles".
Recientemente nos enteramos que una adolescente de 15 años había
sido recluida en prisión junto con otros diez hombres y que durante los
46 días en que permaneció detenida la violaron sexualmente, de manera
sistemática. Esta adolescente es para las instituciones brasileras un "no
sujeto de derechos", una "no persona". A partir de este caso, la justicia
descubre que este tipo de detención es una práctica muy conocida en las
prisiones en Brasil.
Los crímenes cometidos por la policía en democracia también nos hablan
de estas "no personas". Según datos extraoficiales, la policía ha matado
33 mil personas en los últimos 20 años, mientras que durante el régimen
militar se mataron aproximadamente 450 personas. En el mismo periodo,
870 mil personas murieron en crímenes comunes. La situación de los derechos
humanos en Brasil hoy es gravísima. En algunos estados, como en
Río de Janeiro, la policía puede ser considerada más violenta hoy que en
el pasado. Por eso actualmente hay consenso respecto de la necesidad de
políticas de seguridad de calidad que pongan fin a estos crímenes.
En síntesis, esta es la paradoja: tenemos una Constitución extremadamente
generosa que convive con una realidad que transforma en invisibles
a las personas. Estas personas son "demonizadas", por eso se las
puede eliminar y torturar y salir impune de estos crímenes. Esto es lo
paradójico del no-Estado de derecho brasileño que tan claramente ha
analizado el argentino Guillermo O'Donnell.


Una mirada compa rativa de los
gobiernos de Cardoso y Lula

Para concluir voy a referirme a la relación de la nueva izquierda brasileña
con los derechos humanos a partir del análisis de las políticas de los gobiernos
de Fernando Henrique Cardoso y de Lula.
Como sabemos, Cardoso es un intelectual y militante de izquierda que
creó la Teoría de la Dependencia pero que nunca perteneció al Partido
Comunista. Lula, por el contrario, nunca fue de izquierda; en tanto sindicalista
pragmático se aproxima a la izquierda católica pero no a los
comunistas. Tanto Cardoso como Lula sufrieron violaciones de derechos
durante el régimen militar: A Cardoso nunca lo detuvieron pero tuvo
que escapar y se exilió en París; Lula estuvo preso aproximadamente dos
meses hacia el final del régimen militar. En fin, si bien ninguno sufrió
terribles violaciones personales, ambos se vieron afectados por el régimen
militar.
El gobierno de Cardoso tiene un saldo muy positivo en la agenda
internacional de derechos humanos y un saldo negativo en la política interna.
En primer lugar, Cardoso impulsó la ratificación de todos los tratados
internacionales de derechos humanos, tanto cuando estuvo al frente
del Ministerio de Relaciones Exteriores como cuando fue presidente.
En segundo lugar, abrió Brasil para el escrutinio internacional al realizar
una invitación abierta para que los relatores especiales de derechos
humanos de las Naciones Unidas visiten Brasil. En tercer lugar, alineó a
Brasil con otros países de América Latina en la adopción de una posición
progresista (en foros internacionales, en la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos, etc.).
A nivel interno, Cardoso perdió todas las oportunidades de reformar
de manera profunda el aparato del Estado brasileño. Así fue con
la fallida reforma de la policía y en su relación con los estados. En el
primer caso, hubo 2 ó 3 crisis gravísimas en las que la sociedad civil se
manifestó en las calles contra la policía y Cardoso no pudo aprovechar
esto a su favor para realizar las reformas. En el segundo caso, Cardoso
no pudo usar el poder federal para impedir la violación de derechos
humanos en los estados.
Lula, en cambio, tuvo un inicio muy negativo en el área de derechos
humanos, con la propuesta de creación de un "Sistema de Nacional de
Derechos Humanos" que, a través de la distribución de dinero, pretendió
cooptar a las organizaciones. Luego de un inicio errático, hubo cambios
en la Secretaría Especial de Derechos Humanos y comenzaron a haber
avances muy claros en las áreas como reforma del poder judicial, derecho
a la salud, justicia transicional y en temas raciales. Esto mismo aún no ha
con otros temas como la prevención de la tortura que es una de las áreas
más problemáticas en Brasil.
En cuanto a la política exterior, Lula lleva adelante una gestión más
peligrosa para los derechos humanos. Un informe de Conectas Derechos
Humanos demostró que Lula cambió algunos patrones de votación de
Brasil: ya no se alinea más con Argentina, Uruguay o Chile. En la ONU
se alinea con China, Rusia, que son compañeros de viaje un poco peligrosos.
Esto significa un cambio de rumbo en la política internacional
brasileña: hay una sumisión de la política de derechos humanos a los
intereses políticos y económicos.

Conclusiones
Por último voy a referirme a la estructura política brasileña. El presidente
de Brasil tiene que lidiar con 28 estados altamente autónomos que controlan
la aplicación de la justicia y la actuación de la policía. Por si esto
fuera poco, el presidente tiene que tratar con un Senado en el que todos
los estados tienen el mismo peso (no importa si se trata de un estado
pequeño como Pará o de uno grande como San Pablo) y los senadores representan
a las oligarquías locales. En cuanto a la composición partidaria,
el Senado está altamente fragmentado y el oficialismo es minoría. Esta
aclaración vale a la hora de analizar los gobiernos de Cardoso y de Lula.
Si bien ambos representan a la nueva izquierda, les ha tocado convivir
con un Senado compuesto por la vieja y la nueva aristocracia brasileña.
Creo que en Brasil, al igual que en la Argentina, hay una clara delegación
de los poderes políticos al ámbito judicial en lo que respecta a
las cuestiones fundamentales de derechos humanos. Por eso, trabajar en la
agenda fundamental de derechos humanos en Brasil es trabajar por una agenda
moral de derechos humanos. Hoy esta agenda está en manos de los once jueces
del Supremo Tribunal Federal.

 

recuperativo 1 parcial ees

 

junior monroy 18443389

 

fuentes :http://www.wilsoncenter.org/topics/pubs/Nueva%20Izquierda%20Enero%2020091.pdf

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